Un pastor babiano se encontraba recorriendo los campos de su tierra con su rebaño. El día había resultado agotador y el cansancio empezaba a hacer mella en su ánimo. Debido a esto, el joven decidió hacer un alto en el camino para poder echarse y descansar durante un breve periodo de tiempo. Así, llegó hasta un lugar conocido en la zona como el valle de Santa María. En el valle había cerca de una fuente conocida desde muy antiguo. Los habitantes de la zona la llamaban fuente Esquilina, como uno de los más míticos montes sobre lo que descansa la ciudad de Roma.
Después de alcanzar el lugar, comió algo ligero y se refrescó con el agua que manaba de la fuente. Después del pequeño tentempié, decidió recostarse al lado de la fuente, a la sombra de un árbol. Poco a poco, el cansancio y el sopor de la ligera comida iban notándose cada vez más. El sueño le iba venciendo y, finalmente, cayó sumido en un profundo sueño.
Nada hacía sospechar al pastorcillo que iba a ser el testigo de un acontecimiento sobrenatural, por lo que su descanso fue relajado y sin sobresaltos. Sin embargo, en medio de su sueño, se le apareció la Virgen. Ante él, majestuosa, se alzaba la imagen divina. Montaba un borrico y se dirigió directamente al joven.
El muchacho, arrodillado en el suelo, no sabía qué hacer ni qué decir. La Virgen le explicó quién era y porqué se había presentado ante él. Sólo tenía que pedirle un deseo de fácil cumplimiento. Quería que fuese hasta la localidad más próxima para que diese la noticia: la Virgen quería que se le construyese una ermita en ese mismo lugar.
El niño, una vez que superó el temor inicial, exigió a la aparición que le otorgase una prueba de que realmente se trataba de la Madre de Dios en persona. La Virgen, sin inmutarse, descabalgó del borrico y se dirigió hacia una piedra cercana a la fuente Esquilina. Allí, situó su mano sobre la roca que, milagrosamente, quedó grabada con su huella. Después, se puso sobre ella, y la huella de la madreña que calzaba también quedó grabada en la dura piedra. Finalmente, acercó hasta la misma roca al borrico que montaba y colocó su pezuña sobre la piedra. También la pezuña se reflejo en la roca, quedando grabada su huella.
Ya no tenía dudas. Estaba ante la mismísima Virgen. Sin dudarlo, corrió al pueblo donde contó la noticia. Los vecinos, viendo las huellas grabadas las rocas, comenzaron prestos la construcción de la ermita que aún hoy sobrevive en el valle de Santa María en Babia.
Observaciones:
La implicación de la leyenda con la cristianización de un lugar de culto pagano parece evidente. La fuente se denomina Esquilina, uno de los siete montes sobre los que se asentó la ciudad de Roma, y los grabados recuerdan a las formas artísticas prerromanas, como puede ser la huella del borrico. Por lo tanto, parece tratarse de un lugar de culto pagano romano o prerromano que, posteriormente, fue cristianizado, hecho que se explica a través de esta leyenda.
Tomado de Leon.soyrural.com
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